Memoria del campamento de verano 2022
Era el sábado 16 de julio, el día de la Virgen del Carmen, y según lo previsto las familias de los acampados iban llegando a pasar la tarde a nuestro albergue de Los Molinos para clausurar el campamento. A pesar de las concienzudas indicaciones, todas llegaban por el camino malo: eso por confiar en los robots. Los treinta y un acampados, niños y monitores, irradiábamos una felicidad que escondía el cansancio de la intensa semana repleta de actividades. Uniformados todos con nuestras sencillas camisetas blancas del último día, nos pusimos en formación junto a la imagen de la Milagrosa que nos acompañó en todas las actividades del campamento. Allí cada uno recibió su merecido diploma, los jefes pronunciaron unos breves discursos, y nos fuimos a misa, la última misa, en la que participaban las familias.
A pesar de que a esa hora –las cuatro de la tarde– la recogida capilla de las Hijas de la Caridad invitaba más a contemplar las ígneas penas del infierno que a elevarse al cielo, los acampados cantaban en misa como los ángeles, con una inusitada fuerza con la que parecían reivindicar que aquello tenía que haber durado unos días más.
Nuestro campamento no ha sido muy grande: veintidós chavales, eso sí, acompañados por nuestros ocho monitores y el capellán –todo un ejército–. Además estaban los trabajadores del albergue, que cuidaron con esmero nuestra dieta. El benjamín era Matías, con sus nueve años, el decano Andrés David con sus quince. Todos juntos hemos formado una gran familia donde cada uno ha sabido ser un verdadero hermano para los demás, donde los mayores han compartido y ayudado a los pequeños y los pequeños han sabido ponerse a la altura de los mayores. El ambiente de caridad, buen trato, jovialidad y colaboración nos acompañó desde el primer día. Por eso en la Hora Santa del jueves, ante Cristo Eucaristía, casi ningún acampado pudo contener sus lágrimas al escribir la mejor carta del campamento, la que dirigimos a Jesús. Para entonces, después de cinco días, ya éramos expertos en eso de la correspondencia epistolar porque cada día llenábamos nuestro «buzon» de misivas dirigidas a otros acampados. Esa noche ni D. Ignacio logró calmarnos con su intento de que volviéramos a entonar el Ani Kuni que la noche anterior habíamos cantado a plena voz bajo la luna llena.
Para la gimnasia matutina tuvimos un poco de pereza –y quién no a esas horas–; para acostarnos cada día, sobre todo el último, se produjeron conatos de amotinamiento, pero era que no queríamos separarnos y que los monitores cumplieron a rajatabla el horario y nunca nos acostábamos tarde. Gonzalo, nuestro Jefe, llevó el programa a la vez con rigor y suavidad. Así que en todo funcionamos como una máquina bien engrasada, cumpliendo con exigencia todas las tareas de nuestro apretado programa: oración, juegos, periódico, liturgia, talleres, limpieza, piscina, velada, misa, merienda, teatro, catequesis, marcha, juegos nocturnos… y el ángelus con colacao a las doce. ¡Qué colacao! Y en todas las actividades supimos ofrecer lo mejor de nosotros mismos: alegría y buen humor, responsabilidad y obediencia, deportividad y participación en el deporte, escucha atenta en la catequesis y en la oración. Ha sido una semana de vida cristiana sin límites para descubrir que con Dios y sin tantas cosas superfluas la vida adquiere un color nuevo, una dinámica de alegría y bondad que nos va a marcar para siempre.
Marta y Alejandra, siempre disponibles para todo, se pasaron medio campamento llenando globos de agua para que dispusiéramos de abundante munición. Bien es verdad que los monitores disfrutaban más que los chicos lanzando las pelotitas de agua, sobre todo si el destinatario era también monitor. Y con tanto calor que nos hizo, no queríamos otros juegos que los globos de agua y el balón en la piscina, para un waterpolo en el que Adrián tapaba la portería entera con su cuerpecillo. También tuvimos disfraces, una maleta repleta de atrezo que se abría para cada velada y cada catequesis. ¡Las veladas! Comenzamos con un telediario surrealista presentado por José Luis y Carmen. Seguimos con una inmersión entre personajes de gran relevancia histórica, preparada por Alejandra y Adrián. El scape room corrió a cargo de Jesús y Samuel, que a los dos les va eso de hacer pensar. Y los expertos en pruebas de gimcana eran Gonzalo y Marta, eso sí, con los monitores siempre disfrazados, que sino no parece tan mágico. También fueron creativos los talleres: Samuel nos enseñó ha hacer rosarios, Marta y Alejandra a pintar camisetas estilo Pollock. Con Carmen preparamos pelotas de goma para hacer malabares y Gonzalo y Jesús nos enseñaron a hacer unos simpáticos marcapáginas.
La liturgia estuvo a cargo de Samuel, que instruyó magistralmente a los neo-monaguillos, una avalancha de acampados donde también se coló alguna chica. Menos mal que contábamos con Alejandro y Edu, curtidos ya en el arte de servir el altar, que hicieron de guía para los novatos. Incluso algún monaguillo hubo, que todavía no ha pasado por el agua de la vida. Pero lo más destacado de la liturgia en nuestro campamento, además de las vidas de santos egregios que el sacerdote nos presentaba en cada misa, fue el coro. Las acampadas se apropiaron de las guitarras y el cajón de los monitores y se dispusieron a embellecer cada celebración con sus preciosos cantos, violín incluido, sin dejarles a ellos meter baza. ¡El pueblo al poder! La verdad es que las misas fueron bonitas y participativas con sus cantos.
Un campamento no puede llamarse así si no hay marchas, y el nuestro fue tan corto que sólo tuvimos una, el miércoles, en el ecuador de la convivencia. La marcha no fue de mucho desnivel, un pequeño ascenso a Las Dehesas de Cercedilla, casi todo el trayecto por la antigua calzada romana. Allí disfrutamos del río, del tiempo algo más fresco y del balón, además de comernos cada uno un enorme bocata de lomo de media barra. También tuvimos tiempo, poco a poco, para llamar a casa. A la ida paramos como cinco veces, pero a la vuelta, cuesta abajo, el anhelo de llegar a la piscina a tiempo aceleraba nuestros pasos. Desandamos lo andado de un tirón, a pesar del calor infernal, todos a una... y Dani. A él le costó un poco más, pero al final llegó también a la meta sin amedrentarse.
De las catequesis sólo decir que en los personajes del Antiguo Testamento hemos encontrado un catecismo de experiencias, modelos que imitar de gente que vive mirando al cielo y no por ello menos empeñados en las cosas de la tierra. Ellos nos han hablado de un Dios bueno que nos acompaña, de la justicia para con los pobres, de la amistad sincera, el discernimiento de conciencia, el perdón y el precioso valor del noviazgo y del matrimonio.
El título de nuestro campamento era «La Máquina del Tiempo», y ciertamente nos trasladamos al pasado para contemplar las simpáticas representaciones teatrales en las que los grupos de acampados interpretaban a los personajes bíblicos elegidos, pero sobre todo nuestra máquina del tiempo trajo al presente a Cristo, que compartió con nosotros estos días y nos llenó de alegría. El Doctor Esteban Quito de Piedra nos visitaba cada día para ajustar el engranaje de nuestra preciada máquina. Fue él el único acampado que nunca recibió ni la pinza del «sí», ni la del «no». Cuando llegó, ya se le había ido la pinza.
Hay muchas formas de dar las gracias. Y la mejor de ellas es darlas con la sonrisa y la propia felicidad. Así que de esta manera agradecemos a los monitores y al capellán todo el esfuerzo y tiempo que nos han dedicado, agradecemos a nuestros padres que nos enseñan a vivir según el Evangelio y sobre todo agradecemos a Jesucristo Nuestro Señor, porque ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
¡Y ya esperamos con ansia la edición 2023 de «La Máquina del Tiempo» o lo que venga!
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